Diario de Pozuelo. Jesús Gironés, periodista. Responsable de exposiciones de El Foro de Pozuelo.
Pozuelo de Alarcón. Octubre 2009
No me daba tiempo a comprar tabaco, pero
no me importó, porque además no tenía dinero y seguro que en la
inauguración de Antonia Valero en El Foro conseguía algún cigarrillo.
Llegué con la lengua fuera, y pensé que en mi abstinencia me había
equivocado y entraba en una iglesia antigua. Recordé la película de
Olmi, «La leyenda del santo bebedor», y me vi como un fumador, de buen
corazón a pesar de todo, sufriendo alucinaciones… Pero no, aunque cirios
y velas se derretían al ritmo de Pink Martini.
Antonia Valero ha unido dos mundos que
pueden parecer contradictorios, pero que dialogan en su exposición. Un
lado barroco que refleja la imaginería católica: la cruz, iconos,
cojines de terciopelo, una Biblia en su atril, exvotos en cera y
cerámica: mano, brazo, corazón, pierna, estómago, lengua, labios, ojos…
Por otro su obra mística, inspirada en San Juan y Santa Teresa, en que
el lugar de la pintura lo ocupan telas industriales que juegan con la
luz y sus reflejos.
En Amado mío, Antonia Valero no deja de
hacer una reflexión sobre el dolor y la plegaria, sobre el amor y el
arte. La ironía es sutil, como la lycra que utiliza en alguno de sus
sensuales cuadros, mientras afloran sensaciones.
Enhebrar ideas vertiginosamente, como
letanías de un rosario imaginario, de imágenes que nacen, crecen y se
transforman. Un coctel en el que también caben quirófanos, anestesias,
hospitales, videos, Carmen Pallarés, José María Parreño, Juan Carlos
Rubio, Antonio Zarco, paseos por la playa. Un poco como Gilda bebiendo
un ron reserva de siete años mientras acaricia un rosario y no sabemos
si reza o repasa conquistas, sueños y labores. Y no sabemos si en la
próxima imagen en lugar de Rita Hayworth van a ser las hermanas Gilda,
con el corrosivo humor de Vázquez.
Antonia Valero recupera parte de su
pasado, y no faltan unos guantes, blancos, de cabritilla. No sé si sus
plegarias han sido atendidas, ni en qué medida. Pero me la imagino
perfectamente bailando un bolero con Truman Capote, mientras, intensa,
le va contando historias.